“Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz”, escribió su hijo Álvaro Vargas Llosa en su cuenta de la red social X.
En el mensaje, también replicado por su hija Morgana Vargas Llosa, los vástagos del autor subrayaron que, hicieron pública la muerte de su padre “rodeado de su familia y en paz”.
“Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”, reza el mensaje.

Detallaron que, en las próximas horas y días, procederán “de acuerdo a sus instrucciones”, que incluyen que no haya “ninguna ceremonia pública”-
“Nuestra madre, nuestro hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de sus amigos cercanos. Sus retos, como era su voluntad, serán incinerados”, reza el mensaje.
Auge y declive del Boom

Fueron los años dorados del Boom, al que solo pertenecieron formalmente Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez.
Si la gran escritura de la primera parte del siglo XX perteneció a la literatura estadounidense, la latinoamericana fue el fenómeno de la segunda mitad del siglo, y no solo sirvió de impulso para consolidar a escritores como el chileno Jorge Donoso o el cubano Guillermo Cabrera Infante.
El apetito que se despertó por la literatura latinoamericana fue tal que también ayudó a que un público más amplio redescubriera viejos maestros como el argentino Jorge Luis Borges, el uruguayo Juan Carlos Onetti, el mexicano Juan Rulfo, el paraguayo Augusto Roa Bastos o el cubano Alejo Carpentier.
Ese mismo año milagroso de 1967, Vargas Llosa (ya casado con su prima Patricia Llosa) se trasladó a vivir a Londres, donde también realizó varios oficios (aún no podía vivir de las regalias), el principal de ellos enseñando literatura en el Queen Mary´s College, aunque también fungió como ocasional colaborador del Servicio Latinoamericano de la BBC, lo que hoy es BBC Mundo.
Al tiempo, trabajaba en su novela más ambiciosa hasta el momento, “Conversación en la catedral”.
Entonces le llegó una oferta que no pudo rechazar: la superagente literaria Carmen Balcells le ofreció que se trasladara a Barcelona, donde ella se comprometía a hacerlo vivir de su escritura.
De esa manera la familia Vargas Llosa terminó viviendo en a calle Caponata de la capital catalana, prácticamente pared a pared con los García Márquez.
Era tal la fascinación de Vargas Llosa con García Márquez que dedicó dos años a escribir un libro sobre “Cien años de soledad” (que al tiempo le sirvió como tesis del doctorado que no había terminado), titulado “García Márquez, historia de un deicidio”, el primer gran texto escrito sobre la obra del colombiano.
El comienzo del fin del Boom, de la utópica amistad entre un grupo de escritores y del compromiso de algunos de ellos con la revolución cubana, se encendió en París en 1971.
Y fue precisamente en un proyecto que prometía cuajar en algo concreto.
Aupados por el español Juan Goytisolo y apoyados financieramente por una rica heredera boliviano-francesa, algunos de los escritores latinoamericanos de más renombre se juntaron para editar desde la ciudad luz la revista de izquierda “Libre”.
Allí estarían los cuatro principales del Boom, pero también Octavio Paz, José Donoso, Severo Sarduy y Jorge Edwards.

La historia completa está narrada al dedillo en el capítulo cuarto del libro “En los reinos de Taifa”, de Juan Goytisolo: el primer número de Libre ya estaba listo para imprimirse cuando se presentó en Cuba el llamado “Caso Padilla”.
Heberto Padilla era un poeta cubano que había sido activo participante de la revolución e incluso había llegado a ocupar el cargo representante del ministerio Comercio Exterior en Praga. Sin embargo, hacia finales de los 60 empezó a criticar de manera abierta la política cultural del gobierno.
En marzo de 1971 fue detenido y poco después se divulgó una caricaturesca “confesión” que recordaba los juicios estalinistas e hizo montar en cólera a muchos escritores extranjeros amigos de la revolución.
Encabezados por Goytisolo y Vargas Llosa, varios intelectuales y escritores (que incluían a Sartre, Susan Sontag, Italo Calvino, Simone de Beauvoir, Octavio Paz, Alberto Moravia y Margarite Duras) enviaron dos cartas a Fidel Castro respaldando a Padilla, lo que hizo enfurecer al comandante en jefe, quien pronunció un fuerte discurso contra los firmantes a quienes prohibía la entrada a Cuba “por un tiempo indefinido e infinito”.
El primer número de Libre fue aplazado hasta el otoño para que incluyera un completo dossier sobre el caso Padilla con diferentes puntos de vista, incluido un poema de Julio Cortázar en el que de desmarcaba por completo de las críticas al gobierno cubano.***
Agotada por la falta de dinero y escisiones internas, la revista sólo alcanzaría a publicar cuatro números. Pero no significó el fin inmediato del Boom. Vargas Llosa fue amigo de Julio Cortázar hasta su muerte en 1983 y de García Márquez mientras vivió en España.
La amistad de los dos escritores terminó en 1976 en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, el día del estreno de la película “Supervivientes de los Andes”, cuando Vargas Llosa le dio un puñetazo a García Márquez, al parecer por un lío de faldas del que ninguno de los dos quiso hablar mientras estuvo vivo.
Etapas cómica, erótica e histórica
Tal vez sea coincidencia, pero después de su pública ruptura con la Revolución Cubana, la escritura de Vargas Llosa sufrió un cambio: empezó a experimentar con el humor.
Producto de ese período son las comedias “Pantaleón y las visitadoras” (1973) y “La tía Julia y el escribidor” (1977), las cuales tuvieron gran éxito de público.
En 1981, el escritor volvió a sorprender con su primera -y ambiciosa- novela histórica: “La guerra del fin del mundo”, un regreso a la novela “total” en la que relata la sangrienta rebelión religiosa ocurrida en 1897 en Canudos, Brasil, y encabezada por el mesiánico Antonio Conselheiro.
Más adelante regresaría a la novela histórica con “El paraiso en la otra esquina” (2003) y “El sueño del celta” (2010).
La siguiente etapa en su literatura sería la erótica, que se inició con la novela corta “Elogio de la madastra” (1988) y continuó en obras como “Los cuadernos de don Rigoberto” (1997) y “Travesuras de la niña mala” (2006).
Sin embargo, el cambio más profundo que experimentó no fue a nivel literario, sino político.
A fines de los años 70, Mario Vargas Llosa regresó a residir en Londres, en circunstancias muy diferentes: ya era un autor consagrado que podía vivir de lo que escribía.
Fue una etapa clave: vio el ascenso al poder de Margaret Thatcher y al mismo tiempo leyó -e incluso conoció- a grandes pensadores liberales contemporáneos como Isaiah Berlin y Karl Popper.

En un cambio ideológico profundo, adoptó las ideas liberales y desde entonces -igual a lo que antes había hecho con las de izquierda- las defendió a capa y espada por escrito y en público.
En 2019, cuando lo entrevisté por última vez, seguía firme en sus convicciones:
“El liberalismo está asociado a la idea de la libertad y creo que la defensa de las libertades es algo absolutamente esencial… Para el liberalismo lo esencial son las ideas, los valores y dentro de ellos la idea de la libertad es absolutamente esencial. Una idea que no se puede disociar, dividir o fragmentar”.
“La libertad, según los liberales, es una sola y debe darse simultáneamente en el campo económico, político, social, individual. Y que todo lo que signifique mayor libertad es bueno para el conjunto de la sociedad”.
No mucho después de su conversión tendría la oportunidad de defender esas ideas en la arena política.
En agosto de 1987, cuando el entonces presidente peruano Alan García anunció que nacionalizaría la banca y las compañías de seguros, Vargas Llosa -quien se encontraba de vacaciones en su país- decidió oponerse públicamente.
Fue tal el éxito de su convocatoria que el mandatario desechó su plan de nacionalización y el escritor decidió lanzarse a la presidencia a nombre del movimiento Frente Democrático.
Sin embargo, después de un gran arranque de campaña, el escritor devenido en político se enfrentó con un fenómeno que primero lo sorprendió y después lo derrotó: Alberto Fujimori, quien durante la campaña caracterizó a Vargas Llosa como un neoliberal rico de ultraderecha.
Vargas Llosa regresó de inmediato a Europa a lamerse las heridas y a escribir “El pez en el agua”, jurando nunca más involucrarse directamente en política.
Su caracterización como neoliberal y ultraderechista se mantuvo a través de los años, pese a que muchas de sus posiciones en temas sociales y políticos eran progresistas: apoyaba el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual, la legalización de las drogas y era crítico del trato de Israel hacia los palestinos.
Era, sí, un férreo defensor de la democracia como sistema político y consideraba al capitalismo, el libre mercado y la globalización la mejor manera de sacar a un país de la pobreza.
Y aunque en la entrevista de BBC Mundo que ya mencionaba matizó diciendo: “Hay quienes creen que el mercado resuelve todo, yo no creo eso, ni muchísimo menos, ni creo que sea la esencia del liberalismo”, mantuvo hasta el fin su admiración por Margaret Thatcher y Ronald Reagan y una cercana relación con políticos conservadores de España y América Latina como Álvaro Uribe, Sebastián Piñera y José María Aznar.
La fiesta del chivo
En 2000, cuando nadie lo esperaba, volvió a publicar una novela total con “La fiesta del chivo”, que rivalizaría con sus grandes logros en la escritura, como “Conversación en la catedral” o “La guerra del fin del mundo”.
Era el regreso del Vargas Llosa que se metía en el fragor de los grandes acontecimientos políticos y de la violencia. Y también el regreso a un tema caro para los escritores latinoamericanos: el caudillo devenido en dictador.
“Trujillo pertenece a esa clase de dictadores que no solamente brutalizan y espantan a una sociedad sino que llegan a seducirla. Logran endiosarse y el grueso de la población les rinde culto”, dijo en una ocasión sobre el hombre que controló República Dominicana por tres décadas.
Fue, quizás, la última gran novela que escribió un integrante del Boom y es la más admirada del escritor en el mundo anglosajón.
Entonces, el 9 de octubre de 2010, cuando Mario Vargas Llosa se encontraba en Nueva York dictando un curso de literatura en la Universidad de Princeton, a su apartamento alquilado entró la ineluctable llamada desde Suecia: había ganado el premio Nobel de Literatura de ese año.

Era lo que faltaba, si acaso, para inmortalizarlo. Y de paso para comprobar la relevancia del Boom de la literatura latinoamericana como algo más que un fenómeno comercial: es el único grupo literario en la historia que ha producido dos premios Nobel.
Después de un período en el que publicó varios ensayos y unas novelas menores, Vargas Llosa volvió a las primeras planas… pero de las revistas del corazón, a las que en múltiples ocasiones había manifestado su desprecio: a los 79 años de edad había puesto fin a su relación de medio siglo con Patricia para irse a vivir con la socialité española Isabel Preysler, exesposa del conocido cantante Julio Iglesias.
Desde entonces no fue extraño a las portadas de magazines como Hola. Las pocas veces que habló sobre el tema lo explicó como consecuencia de un intenso amor, que al menos públicamente duró hasta diciembre de 2022, cuando la separación de la pareja fue anunciada, acaparando una vez más las portadas de la prensa rosa, y no tan rosa.
También en 2022, a sus 86 años, ocupó el sillón número 18 de la Academia Francesa de la Lengua, los llamados “inmortales”. Se convertía así en el primer escritor que no había publicado su obra en francés en ocupar un puesto en los casi 400 años de la ilustre academia.
A fines de ese año terminó su relación con la Preysler y se reconcilió con Patricia. En 2023 publicó la que, anunció, sería su última novela: “Te dedico mi silencio”.También dejó de escribir su columna semanal, Piedra de Toque, que había publicado por décadas.
Al momento de morir, Mario Vargas Llosa era el último representante de una generación de monstruos que dominaron el panorama literario, intelectual y politico de América Latina durante el siglo XX.****
En los últimos años de su vida aseguró ser feliz.